Huracán


Es lo nuestro: ignorar la salida
del lugar cuyo interior nos confunde.
(Rainer Maria Rilke)

Entramos por diferentes puertas al laberinto de las emociones.

Perdidos, extenuados hasta el hartazgo, nos encontramos en el prisma central, en plena mitad de nuestra cárcel sin techo.

Tú esquivabas mi mirada con la misma fogosidad que te aferrabas a mi cuerpo.

Yo buscaba tus ojos con la misma intensidad que mantenía atadas tus constantes vitales a los latidos de mi corazón.

Esa hora vespertina solía convertirse en el instante de la total entrega.

Y es que eres tan grandilocuente y suspicaz que cohíbes toda mi expresión y la reduces al simple gesto del beso.

En aquel mágico momento me encantaba apretarte contra mí y sentir que ni siquiera el viento podía traspasar la defensa de nuestros cuerpos.

En noches como aquella mi razón se turbaba, y mi único pensamiento era no dejarte escapar.

Atarte a mí usando todos los mecanismos del sentimiento.

Entonces, un tímido gesto irregular creaba una pequeña grieta, tan insignificante y tan remota que ni siquiera yo era totalmente capaz de reparar.

Entonces me cambiaba la cara y mi expectación mudaba a desconcertante melancolía.

¿Qué será del cielo, de las estaciones, cuando no estés tú para narrarlas a través de tu boca?

En noches como aquella venían a buscarme, cogidos de la mano, inseparables, amigos tan sorprendentes, el sentimiento, la dicha y una cierta dosis de tristeza.

Después, en la soledad de mi refugio de piedra, me embargaba el desasosiego. Las dudas y la necesidad de saber venían a roerme los recovecos del cráneo.

A pesar de que yo siempre preferí jugar a la improvisación, a tirarme al vacío sin mirar lo que podía haber allí abajo.

Y ahora lo entiendo todo:

Tú eres el huracán que amenaza con destrozar mi confortable hogar con su pasión y su renovado ímpetu,

y yo soy el necio que no se pone a resguardo cuando te ve acercarte.

CARLOS ASENSIO

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