El fin de los amaneceres

Desde hace dos semanas Mª Luisa Carpintero recibe a diario un sobre franqueado con su nombre. Contiene siempre dos o tres papeles de aluminio de color, de los que envuelven a las galletas de chocolate. Está harta de tan singular correo. Cada día abre los sobres y comprueba el contenido, que ya imagina, pues reconoce la letra, después los rompe y los tira a la basura. Hoy, cansada, sola y ya en la puerta para ir al colegio, casi rompió el sobre aún sin abrir.


Querida señorita María Luisa:

Yo la conozco de cuando voy por las tardes a recoger a mi hermano al colegio. Vi un día cómo le daba un beso de despedida y le decía “hasta mañana” con la mano. Me da mucha envidia porque a mí me gustaría también un beso suyo. Mi hermano Carlitos dice que huele usted muy bien, como a caramelo, y que es muy buena con todos los niños de la clase.
Si pudiera ir solo algún día a recoger a Carlitos, a lo mejor la podría oler un poquito; pero mi madre no me deja porque tengo que cruzar la carretera y se pone muy nerviosa.

Por la mañana no la puedo ver porque yo también voy al colegio, a uno especial que hay en Madrid, porque dice mi madre que en Rivas sólo hay colegios normales. Me levanto muy pronto y mi madre y yo vamos en el autobús hasta Conde de Casal. Ella va hablando siempre con nuestra vecina Loli, que también lleva a su hija. A mí no me gusta hablar por la mañana, sólo me gusta pensar en usted y en que me sentiría muy feliz si estuviera conmigo en el asiento de al lado, viendo el amanecer. Yo lo veo todos los días porque me pongo en los asientos que van al contrario que los demás, aunque mamá siempre dice que un día me voy a marear. Hoy el sol tenía el color del oro, y unas nubes rojas y moradas estaban alrededor. El cielo era muy azul, muy azul. Era tan bonito que sólo pensaba en escribirle una carta para contarle el amanecer.

Yo creo que me he enamorado de usted y como no sé escribir bien, por eso voy a un colegio especial de Madrid, y me da vergüenza hablar, pensé en cómo mandarle el amanecer que tanto me gusta. Los papeles dorados de las galletas brillan como el sol. Los rojos y morados son como aquellas nubes, y cuando encuentro una galleta con papel azul me la como y así le mando el cielo.

He puesto en un sobre su nombre y apellido y todos los días he metido los papeles. Me acuerdo de su apellido porque mi abuelo también trabajaba con la madera. El señor del estanco me ponía el sello, de mis ahorros, y le dejaba la carta para que la llevara al buzón. Le he escrito esta carta porque se me han acabado los amaneceres, hasta que en casa compren otra caja Fontaneda.

Miguel ama a María Luisa.



Ahora que ha leído esta declaración de amor, sincera e inocente, aprieta contra su pecho la carta y mira hacia el cubo de basura con los ojos brillantes, por si aún estuviera allí el amanecer de ayer.

ROSA MARÍA PUIG PAGÁN
PRIMER PREMIO CARTAS DE AMOR 2001.
EDITORIAL COVIBAR

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