De parte de la vida

Aunque no estás, hablemos. Digámonos lo mucho
que llega a dar de sí el silencio en la casa;
o de qué poco sirve regar los arriates
de la ajedrea, la yerbabuena y la albahaca,
cuando se cae el cielo, como ahora, a lo tonto,
a copos de algo tierno que ni nieva ni escampa.

Y por hablar, hablemos también del otro tiempo:
ese que no se tiene cuando tampoco falta;
de cómo va a arder Troya, de cuándo será el día
que las ranas críen pelo, de por qué la sustancia
del caldo la da el tuétano, de lo que vale un peine,
de lo que dura un sueño, de qué tiene importancia.

Fuera del tiempo tú, hablemos como nunca,
tal si diéramos cuerda a la voz ensimismada
de un corazón que pone sus motivos en hora,
o cual si, desde siempre, la vida nos hablara
con ese cuchicheo de río prodigioso
que ni nos cuenta todo ni nos oculta nada.

No sé si nos dijimos alguna vez lo lejos
que cae el horizonte, y que cuánto se tarda
en llegar a esos sitios que no son repentinos,
que están ahí cada día, a una incierta distancia
(quizá lo hemos hablado, pero de otra manera;
claro que sí, seguro, en otras circunstancias).

Lo que se tercia ahora es hablar de este asunto
que te tiene en silencio, que me estruja una lágrima,
que tanto nos concierne: a ti porque hace frío,
a mí pues no sé adónde enviarte esta bufanda;
conque mejor será que -al alimón- movamos
no un brasero de sombras, sino este asombro en ascuas.

Y así, ya sin la prisa que el frío le mete al cuerpo,
sigamos conversando, arropados por la enagua
de una mesa camilla redonda como el mundo,
aunque no tan antigua, pero mucho más plana;
sobre todo, sigamos sin creernos del todo
que somos como somos por llevar la contraria.

Imagina que hablamos, sin continencia alguna,
haciendo honor a nuestra especie estupefacta,
lo mismo del cordero de Dios y las vigilias
que de roer los huesos y mojar en las salsas;
lo mismo de los novios que se te han extraviado
que del que no te dio San Antonio de Padua.

Ya que no estás, hablemos de lo que da sentido
a que no estés, o a estar eternamente en Babia.
Y es que hay por todas partes un no sé qué de ti,
un sol de refilón, una nube que pasa,
el triste estrago dulce de una frase inaudita:
tú no te has hecho vieja, te ha ido faltando infancia.

Y porque sí que estás, aunque ya no te quejes
de tu esguince perpetuo, de tu asidua lumbalgia,
ni te tomes a pecho jarabes agridulces,
ni tengas una cita para hacerte otra placa;
hablemos, sin rodeos, de este dolor continuo
de amar tanto la vida y haberte apeado en marcha.

Si es por hablar, hablemos, igual que hablamos solos,
lejos de habladurías, valgan las redundancias;
pues, apenas pensarlo, todo parece dicho,
todo tan claro que para qué las palabras.
Y sin embargo, ¡cuánto me duele no escucharte
hablar como quitándote un gran peso del alma!

RICARDO BERMEJO ÁLVAREZ

(IV CONCURSO DE POESÍA DE LA FUNDACIÓN JESÚS SERRA 2011)

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