(...) A
veces, por la mañana, es cuando más me lamento. Me palpo el cuerpo, muevo los
dedos y las manos, en la medida en que todavía puedo moverlos, y lamento lo que
he perdido. Lamento el modo lento e insidioso en que me estoy muriendo. Pero, a
continuación, dejo de lamentarme. Me permito un buen llanto si lo necesito,
pero después me concentro en todas las cosas buenas que me quedan en la vida.
En las personas que vienen a verme, en las anécdotas que voy a oír, en tí si es
martes,... Esa es toda la autocompasión que me concedo. Una poca por las
mañanas, algunas lágrimas, y eso es todo. Es horrible ver que mi cuerpo se va
consumiendo lentamente hasta quedarse en nada. Pero también es maravilloso, por
todo el tiempo de que dispongo para despedirme. No todos tienen tanta
suerte (...)
MITCH ALBOM
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