La felicidad es inquietante


Cuando uno se ha quedado solo
con un televisor y un gato,
todo se vuelve prescindible;
la mañana o la noche no son
más que espacios inermes ante el juego,
con las normas y los conceptos
y todas las antiguas búsquedas
conformando las ruinas sobre las que me tumbo,
sin lavarme y en camiseta
con un montón de libros
que se han ido decolorando al sol.
Y todos esos
locos mendigos de la calle
que apestan a cocido
¿empezaron también
saliendo un lunes sin peinarse,
con las gotas de caldo por el pecho
y la sonrisa de los que son
por fin autosuficientes?


CRISTINA MORANO

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