Mi grito de Munch



Hoy vi pintada mi alma en El grito de Munch,
hoy mis cabellos se volvieron albos.
Blancos de tanto callar, blancos de hastío, blancos de cansancio.

Quieres cambiar principios por estafas,
quieres cambiar mis tangos por milongas,
quieres trucar los sueños por la máquina de escribir.

Traes tu laberinto de sofismas y leyes,
de refranes, sarcasmos, honores y medallas.
Quieres que yo no sueñe ni que sea soñada.
Quieres que yo me mude a tu infierno gris.

Tienes siempre esa respuesta tan precisa, tan marcada.
Tienes siempre la palabra.
Tienes siempre la razón.
Y me odias porque odie tus desprecios y tu ley.

Sigo siendo la niña de Varsovia,
la que ama la feraz campiña verde.
Sigo hablando a la luna por las noches de verano.
Y en invierno paso horas frente al leño en el hogar.

Sigo amando a aquellos que me amaron,
sigo fundida en las manos de mis gentes,
sigo prendida de mi torre de princesa.
Déjame que sueñe, que olvide, que entierre.

No entres en la vereda de mi vida
con tu mirada aviesa, tu cínico ojo, tu burla constante.
Ríete de ti, bufón de la nada,
ni una mueca concibo de tu prosa infeliz.

No quiero los insultos, los gritos ni las lágrimas.
No insistas, no toques ni llames a mi puerta.
Soy de hierro forjado, de punta de diamante,
negra como el ónice, jaspe de jazmín.
Por eso, yo te aviso, querido, mi tirano,
no te acerques a un alma curtida de batallas,
herida por las lanzas del soborno y el llanto.

Pasa de largo.
Llévate tu mochila de dulces artificios.
Llévate toda tu filosofía de escritor de memoria.
Llévate las risas de falsa identidad.
Llévate esa alma que no descansa en paz.

Vuela, vete y huye; camina, corre, no mires atrás.
Yo quiero ser Lot que deja a su salada compañía,
holla otros caminos, desvanécete de mí.

Te permito que ignores mis caricias y besos.
Te permito las burlas contra todos mis sueños,
contra las utopías, los silencios y las verdades.
Te permito que eches vinagre en carne abierta,
en mis muertos y en mi vida, en mis horas y en mi mar.

Pero no lluevas sobre lo ya mojado,
no intentes que esa lluvia abone mi terreno,
mi campiña fértil de la primera infancia.

Te permito que seas el final de mi historia,
el recuerdo constante, mi llaga luminosa.
Lo que no te permito es que quieras cambiarme,
que quieras convertirme en tu eterna adalid.

En vano, amigo mío, tú ya me perteneces.
La blancura de mi pelo es suficiente para dar
testimonio de ti.
No quiero hijos tuyos, ni siquiera tu olor.
No quiero ni que roces la calle en que yo vivo.
No quiero que seas el fantasma de una ópera
que yo nunca elegí.

Te permito, te digo, que hayas existido.
Te permito, te digo, que fueras parte de mí.
Te permito, te digo, que yo fuera un satélite.
Te permite, te digo, que la veritá fuera tu boca.

Mis rosas, mis canciones, mis collares, mis libros.
Mis luces, esos cielos, mi utopía feliz.
Mi Caminito, mi Buenos Aires, mi azul, mi gris.
Mi complicada existencia de tebeo, mi Mafalda
repelente del día a día.
Mi laberinto cretense de fondos y subidas.
Mis doce horas de sueño, mi abandono del reloj.
Mis miedos y mis dudas, mi inocencia...Dejámelos aquí.
Te permito, te digo, que vayas contra el mundo,
boy scout patético de hedonista vivir.
Lo que no te permito es que me pienses,
lo que no te permito es que creas que existo para ti.

Ni una palabra en tu boca deberá recordarme, ni una sola sonrisa de referencia a mí.
Yo soy la que debe a ti recordarte, la viceversa insulta, no me toques ni alado en tu sueño de macho. Soy tu fracaso más vivo, tu tropiezo pasado.
Por ello nunca vuelvas a pensar sobre mí. Por ello no te permito que pases sobre mí.

CARMEN GARRIDO

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