El vals de los corderos




Caperucita y yo
tenemos en común más de una cosa.
Ninguna de las dos creemos en los cuentos
ni usamos a los príncipes
en nuestros calendarios.
Ambas somos alérgicas
a las floristerías
y a los pobres corderos
que se ordenan y balan al unísono.
Por eso mientras yo
descuento los tejados y los tréboles,
ella cuenta las sílabas
y deshoja tu nombre imaginario
con esa esquizofrenia
que nos presta la luna
cuando sabe que todo está perdido.

KATY PARRA

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