Historia de un lector impaciente



Nunca he leído un libro
en el que llegara
a la última página
sin que hubiera mirado
-de reojo, un momento
(o dos o tres momentos)-
el trecho que quedaba
por leerme. Al llegar
al centro -o mucho antes-
mi triste, melancólica,
impaciente, prosaica,
inculta, despreciable,
soez, vulgar, mezquina
mirada calculaba
el grosor de las hojas
que en la mano derecha
quedaba… sospechando
que anda nuevo habría
que no se hubiera dicho
en la otra mitad.
Y aunque me pasa siempre,
también siempre me pasa
que cuando empiezo
a terminar sus páginas,
cuando el pulgar y el índice
de nuestra mano práctica-
mente casi se tocan,
la mayoría de las veces siento
un agradecimiento
exageradamente
paternal y patético
hacia esos pobres libros
que nunca nunca nunca
se acaban;
y acaso, junto a él,
el archiconsabido
sentimiento de culpa
-inútil ya- de no
haber sido más buenos
con alguien que se ha muerto.

FERNANDO LÓPEZ DE ARTIETA

Comentarios

  1. Es cierto¡

    Y volver a intentarlo con el paso del tiempo y no conseguir acabarlo...

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