No huyas de lo que sientes. No te escondas
en lo que dices. No digas mentiras.
Sé tu voz. Haz. Trabaja. No te quejes.
No sufras por temor a sufrir más.
No mendigues jamás lo que
mereces.
Por ejemplo, el amor. Hazlo y tendrás.
Funda en el fuego firme de su hoguera
tu hogar, tu oficio. Y agradece al aire
que entre y salga de ti. Sé la ventana
de lo que vive. Mira con
cuidado.
Hay miradas que pueden envenenar el mundo.
No dejes que se pudra lo que sientes
dentro de ti. Haz colada de conciencia
de vez en cuando pero nunca olvides
que es posible que seas
inocente.
Abre tu corazón acorazado
a las bodas del cielo con el mar,
de la luz con la sombra,
del canto de los grillos con el de las
cigarras.
Pinta de azul el alma. Haz la
mudanza
de lo que fuiste a lo que no serás.
Limpia tu casa. Di tu precipicio.
Cocina. Invita. Canta. Baila. Abraza.
Quita el polvo a tu voz. Riega las plantas.
Las de los pies también, en
mar, en marcha.
No te detengas. Ante ti tus pasos,
tus huellas de mañana, te esperan, te
requieren.
No mires hacia atrás. No seas tu estatua
de sal. Y sal de ti, de lo que piensas
de ti. Sal de ese cuarto
oscuro donde escribes los poemas
que dicen lo que tienes que hacer en vez de
hacerlo.
Echa a andar. Haz. Trabaja. No te quejes.
Pasa página. Ve. Mira. Sé atento
y está atento. No olvides lo
que vives.
No olvides lo que acabas de vivir.
No olvides lo que acaba. Acaba. Vete
en busca de una voz nueva, lejana.
No huyas de lo que sientes. No permitas
que la vida se vaya de vacío,
que la muerte se encuentre cuando llegue
su trabajo ya hecho. Mira al cielo
como quien dice adiós,
como quien da las gracias.
JUAN VICENTE PIQUERAS
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