Sal de ti (o colección de imperativos primavera-verano para el otoño de tu desconcierto)



No huyas de lo que sientes. No te escondas

en lo que dices. No digas mentiras.

Sé tu voz. Haz. Trabaja. No te quejes.

No sufras por temor a sufrir más.

No mendigues jamás lo que mereces.

Por ejemplo, el amor. Hazlo y tendrás.

Funda en el fuego firme de su hoguera

tu hogar, tu oficio. Y agradece al aire

que entre y salga de ti. Sé la ventana

de lo que vive. Mira con cuidado.

Hay miradas que pueden envenenar el mundo.

No dejes que se pudra lo que sientes

dentro de ti. Haz colada de conciencia

de vez en cuando pero nunca olvides

que es posible que seas inocente.

Abre tu corazón acorazado

a las bodas del cielo con el mar,

de la luz con la sombra,

del canto de los grillos con el de las cigarras.

Pinta de azul el alma. Haz la mudanza

de lo que fuiste a lo que no serás.

Limpia tu casa. Di tu precipicio.

Cocina. Invita. Canta. Baila. Abraza.

Quita el polvo a tu voz. Riega las plantas.

Las de los pies también, en mar, en marcha.

No te detengas. Ante ti tus pasos,

tus huellas de mañana, te esperan, te requieren.

No mires hacia atrás. No seas tu estatua

de sal. Y sal de ti, de lo que piensas

de ti. Sal de ese cuarto

oscuro donde escribes los poemas

que dicen lo que tienes que hacer en vez de hacerlo.

Echa a andar. Haz. Trabaja. No te quejes.

Pasa página. Ve. Mira. Sé atento

y está atento. No olvides lo que vives.

No olvides lo que acabas de vivir.

No olvides lo que acaba. Acaba. Vete

en busca de una voz nueva, lejana.

No huyas de lo que sientes. No permitas

que la vida se vaya de vacío,

que la muerte se encuentre cuando llegue

su trabajo ya hecho. Mira al cielo

como quien dice adiós,

como quien da las gracias.

JUAN VICENTE PIQUERAS

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